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El cambio y sus representantes

  • Foto del escritor: J. L. Benítez
    J. L. Benítez
  • 19 nov 2020
  • 3 Min. de lectura


Lo único constante es el cambio” Heráclito


Con esta frase quiero comenzar este texto, ya que, no solo nos sirve como material para discernir la naturaleza ontológica del ser o como frase Interesante de mencionar durante una disertación a la luz unas cervezas. Esta frase proclamada por Heráclito en tiempos previos a Sócrates tenía la intención de discernir la idea del ser y su naturaleza se convierte en un postulado para entender el mundo que nos rodea.

Pero bueno, como toda buena discusión filosófica tenemos que partir de una idea general y ver como aplica a temas más “terrenales”. Así que, teniendo en cuenta este primer planteamiento podríamos preguntar: ¿Acaso este postulado filosófico sobre el cambio como única constante aplica para las realidades sociales? Como dicen por ahí: “a ojo de buen cubero”, podríamos asumir que sí, ya que si todo cambia eso incluye la esfera social.

Uno de estos problemas es que si bien asumimos el cambio como una constante y que está presente en nuestras realidades sociales como cambiantes, las sociedades están en un devenir constante, tanto de intereses, afectos, así como incluso la moral. Es decir, lo que ofende a una generación puede no ser relevante para las siguientes o viceversa, lo que se considera inmoral para una generación puede verse inofensivo para las que los precedieron.

Esto sitúa nuestro planteamiento a una nueva escala, la acción lógica nos llevaría a pensar en cómo pueden asumir las instituciones del estado los cambios sociales y si, estas son pues representativas de los elementos sociales que han modificado su forma de entender la realidad.

Es decir, para plantear esta problemática tengamos en cuenta que las instituciones del Estado y más las ideaciones jurídicas buscan dar certezas dentro de los individuos que componen una nación, una entidad o una demarcación, así que, las modificaciones en las mismas pueden no ser tan dinámicas. Por lo cual se requiere la perpetua evaluación del funcionamiento y correspondencia entre los actores del estado y las realidades simbólicas, socialmente compartidas.

Para ello, en teoría podríamos utilizar el principio fundado en las democracias modernas que es la representatividad de los actores de gobierno electos, como lo son los legisladores, sin embargo, hay en donde nace otra duda, una que se oculta en toda una maraña de axiomas sociales que, de origen no se cuestionan.

Si las sociedades cambian y las instituciones tienen que dar certidumbre incluso en realidades cambiantes ¿son acaso los legisladores los actores moralmente competentes para impulsar dichos cambios? ¿es la arena de un congreso el espacio para traducir los cambios sociales a un marco institucional adecuado, armónico entre el espíritu de los tiempos y los vestigios de un viejo régimen? O es acaso que más allá de la frase de Heráclito las sociedades se componen como sistemas caóticos, frase propia de las ciencias matemáticas, donde existen en un mismo sistema elementos constantes y otros dinámicos.

Lo que vemos muchas veces es el choque entre las fuerzas, vectores de cambio versus una parte inamovible que pretende preservar una idea social anterior un lado que pretende conservar ciertas formas de pensamiento

Es por ello podríamos hablar entonces de que, dado el sistema la función de los legisladores es la de ser un puente entre la conformación de las realidades simbólicas que componen un estado (legislaciones), el resto de los elementos que componen al estado y la sociedad en general. Tendríamos que pensar que, dada la naturaleza de los titulares de una legislación ya sea local o federal es la de fungir como una membrana que cohesiona tanto el sentir del colectivo como con las instituciones que componen la administración pública, así como ser el puente que de salida a los cambios sociales como a la estructuración de un estado que de certidumbre y certeza.

 
 
 

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