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Entre las lagunas

  • Foto del escritor: J. L. Benítez
    J. L. Benítez
  • 17 may 2015
  • 2 Min. de lectura

Me está costando mucho trabajo formalizar mis argumentos al momento de escribirlos últimamente, estoy más adentrado en la metáfora.

Siento que ahora me cuesta trabajo centrar mis ideas, no lo sé es como viajar en una barca sin rumbo bajo un cielo sin estrellas donde el único punto de partida es el oscuro infinito de las aguas que mueven mi embarcación. Creo que podemos hablar de eso al momento de recordar ¿no?

Estoy en las lagunas del pensamiento, esas que ni la barca de Caronte se atreve a cruzar. Las naves que cruzan por esas aguas no retornan, así que ni el avaro capitán del Hades te sirve de guía. No existe un benevolente conductor que te embarque a un rumbo fijo. Pero así es la condición de pensar es un continuo viaje de eternos horizontes, donde las certidumbres son lastre y la duda la marea que empuja a nuestro ser en la travesía.

El viaje atreves del pensar es peligroso y la mayoría de sus aventureros perecen. Mueren de hambruna y sed, otras veces sólo son consumidos por la locura. Esa que aparece cuando las sirenas de los placeres y las falsas conclusiones deciden arrastrarlos a las tinieblas del dogma y la certeza.

En este extenso y sinuoso camino que es el pensar no todo está perdido porque hay algo de goce en aventurarse en las barcas de la mente y es el placer de perderse. Cuando uno está en medio de la nada, cuando la cavilación y lo que llaman el debraye nos ha adentrado en la penumbra de la duda, es donde uno ve al hada del pensamiento mismo, donde Esquila destruye nuestra embarcación y se convierte en una tierna niña, que nos deja libres de los lastres y maderos, para dejarnos bajo las aguas del pensamiento mismo. Es ahí cuando uno ya sea por azar o por la condición misma del viaje se encuentra con la maravilla y el gusto de sumergirse en pensar, donde lo cotidiano se vuelve una Musa y el mundo nos da la tinta para narrar la travesía de pensar.

El recordar en cambio tiene la suerte de ser un vuelo en el cual hay pistas. Las blancas cosas del pasado aparecen bajo el espejismo, ilusorio, siempre distorsionado por la pesadez y fuerza del presente. Aunque recordar es parte del pensar en este acto estén estrellas y astrolabios que son los objetos y la sociedad que nos dan las pautas para dilucidar los recuerdos.

Ambos son procesos mentales e incluso se podría decir que el recordar es pensar en aquello que ha sucedido, solamente que me gustaría hacer la distinción. El recuerdo es un viaje que afronta sus peligros, su turbulencia, pero casi siempre tiene un final, en forma de un acuerdo de lo que fue y pasó. En otras palabras tiene una ruta programada aunque siempre va a estar regulada por el hecho de jamás llegar a un destino real sino al invento y el deseo que aquello a lo que llega sea en realidad un destino y no el espejismo de lo que se cree que paso.

En mi opinión eso es solo un deseo y en realidad estamos condenados a no poder ver a nuestro yo del pasado más que como otro que siempre será juzgado por la sesgada mirada de nuestro presente.

 
 
 

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