La Comida y El Olvido
- J. L. Benítez
- 10 may 2015
- 4 Min. de lectura

Estando en Australia se me antojó un mole amarillo. Imagínate una cazuela de barro como de sopa, donde viene la pechuga de pollo más blanda que puedes probar, casi como carne de conejo, bañada en una salsa que es una perfecta mezcla de olores que se meten a tu nariz y hacen a tu lengua adelantarse a los sabores. El sabor es esa combinación de un ligero picor con el resto de hierbas que tiene un mole. En mi mente todo ese plato Oaxaqueño iba acompañado de un mezcal de los buenos, esos que no te raspan o queman solo dejan un ardor como si parte del desierto se deslizara por tu esófago, para terminar, en una linda jarra de barro un atole dulce, un par de buñuelos deliciosos con forma y su miel de piloncillo para completar la obra.
Pero allá al otro lado del mundo no tenía nada de eso, lo que tenía para comer era un insípido pescado empanizado con una guarnición de papas fritas. Después de terminar el pescado lamentándome por imaginarme que así es la comida de los británicos, casi lloro recordando mi comida. En ese momento entra la reina de la noche, una copa con forma de “v” con chocolate líquido, dos bolas de un helado cremoso bañado con chocolate sólido, chispas y una cereza que más que adorno es un complemento ideal, recupere mi ánimo y sólo me quedo pensar lo mismo que pensábamos todos los que hemos devorado un postre:” soy gordo y me vale”.
Si nuestro cuerpo es lo que come, nuestra mente es lo que escucha; por añadidura, nuestra sociedad es todo lo que escucha y se cuenta a sí misma, en otras palabras su historia y su memoria. El alimento de la mente colectiva es la forma de narrar su pasado y esta toma un nuevo aire en los lugares de encuentro común; donde sus individuos se disponen a compartir el pan, el comedor y la mesa de la cocina, el alimento social se prueba junto a la sopa o al pozole.
El pensamiento colectivo vive en los detalles tan insignificantes y comunes como lo que comemos. Alimentarse es el acto de dar nueva vida en nosotros a algo que ya está muerto, incluso por ejemplo el pasado. En verdad, muchas veces comemos sin darnos cuenta, es igual a cuando uno dice que se devoró una novela o cuando nos tuvimos que tragar la clase de historia, aunque en esos casos no comemos como individuos sino que lo hacemos como miembros de un grupo.
Considerando lo anterior: ¿Cuál es el alimento de las sociedades? ¿Se puede devorar una cultura? Pues sí, sí se puede llegar a devorar a una cultura, cuando se destruyen su legado y su memoria, cuando se les impone el olvido a herederos de ese grupo. Esto no es fácil e idealmente eso no debería ocurrir, porque lo que uno esperaría es que existiera un intercambio de conocimientos entre dos pueblos encontrados teniendo en cuenta la memoria del pasado. Recordado el punto central de este texto: “La historia es la fuente de alimento de la mente colectiva” y el comer como un acto de remembranza”, entonces uno esperaría que se escribiese una historia inclusiva donde la sociedad se alimentara de la diversidad de diferentes grupos y no de la destrucción y el sometimiento de una etnia sobre otra, generalmente las culturas van teniendo una apropiación gastronómica de los platillos de las gastronomías con quienes tienen relaciones comerciales, casi todos los pueblos tienen ese legado de intercambio, una notoria excepción son los pueblos sajones. Como sea, el avance de las cocinas y la historia van emparejados, algunos pueblos intercambian recetas y van formando nuevos platos cada uno con un toque diferente, como la comida de España que se nutrió de las formas de guisar de los árabes y la influencia de estos se ve incluso en algo tan sagrado para nosotros los mexicanos como los tacos de pastor, pero como ya dije cada pueblo le da su toque de folclor al acto de cocinar y en el caso de los tacos de pastor es esta maestría de malabarismo típica de los buenos “pastoreros”.
Todos los pueblos tienen formas peculiares de comer y a lo largo del tiempo han ido adoptando; especias, productos o recetas enteras con diferentes grupos y culturas con las que han tendió contacto aunque a veces sean civilizaciones muy lejanas. Todos los pueblos a excepción de uno: Estados Unidos, que pareciera que la forma en la que adopto los platillos del mundo fue agregándoles dos productos que eran medicamentos: la cátsup y la Coca Cola. Así los norteamericanos sienten que la pizza deja de ser italiana o la hamburguesa alemana, por estar junto a una botella de Coca Cola este platillo se convierten en un producto típico de Chicago, Texas o cualquier otra zona de su país. Su cultura cosmopolita ha adquirido un sentido de apropiarse de lo que procede del resto del mundo y luego olvidarse de su origen, incluso hacer que el resto del mundo olvide su trampa.
Esto no lo han hecho únicamente con la gastronomía también con su misma historia que han escrito a partir de apropiarse de culturas ajenas. Existe un legado de la cultura sajona que se remonta a la época victoriana, y es la adoración por lo dulce, no es de extrañarse que los sajones fueran los exportadores vitalicio de la “hora del té” y consigo la historia monumental, la de las grandes victorias, las dulces galletas y pasteles de la historia, empalagosos si, muchas veces pero que dan calor y ánimos a un pueblo cuyo mal clima solo se equipara con su mala gastronomía.
Por último la comida nos coquetea, puesto que se convierte en un vehículo del cortejo entre los individuos y la colectividad, este no es un coqueteo entre uno y el chef que preparo el plato ni siquiera con el plato, sino con la sociedad misma ya que en cada bocado que uno decide devorarse se está introduciendo a toda una forma de pensar para al final enamorarnos de una cosmovisión, de un pasado y en sí de toda una sociedad cayendo por completo satisfechos de sus ideas y sabores. J.L. Benitez.
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