En los espejos de un mercado: visita al mercado “pescaditos”
- J. L. Benítez
- 7 sept 2015
- 3 Min. de lectura

La dinámica de hoy consistió en conocer el mercado, en hacernos visibles como los nuevos chicos que van a colaborar con este sector, básicamente, que el mismo mercado nos conociera. El conocer a los actores de primera entrada, los locatarios con los que el grupo pasado trabajo.
Conforme progresábamos en recorrer el mercado muchos detalles llamaban mi atención. Tal es el caso de las condiciones de los baños: 4 mingitorios y 11 tasas, todas limpias y ordenadas, con su respectiva pastilla anti-bacterial. Un sencillo espejo que colgaba del tocador con tres lavamanos. ¿Por qué tanto orden, en aquel lugar? ¿Cómo puede la administración mantener limpio ese lugar pese a la enorme cantidad de su población? Detalles así llamaron mi atención.
Pareciera que existen varios mercados dentro del mismo mercado pescaditos. Los diferentes productos que van vendiendo los locatarios van marcado como una cierta tendencia y hasta una forma de relacionarse diferente. Me atrevería a opinar que existen al menos cuatro mercados dentro de pescaditos; el primero es el de los productos de uso común: telas, útiles escolares, mochilas, utensilios para el hogar y demás, cosas como regalos y dulces (flores, arreglos y curiosidades). Este es el mercado de lo prescindible y profundamente necesario. El segundo es el de la comida: donde el bullicio de los platos y los comensales dan un ambiente de vida y prisa, los saludos amables y el sonido de las cucharas chocando con los platos se convierten en los corazones latientes de un mercado vivo y en movimiento. El tercero es el de las materias primas para la comida: las carnes y las verduras, las pollerías, las carnicerías, las marisquerías y demás, es el mercado de algo fresco y como tal todo parece efímero y con un apuro particular, las palabras de los locatarios tienen que ir rápido a los oídos de los que circulan el mercado porque si no la frescura de la venta se pierde, se desvanece. Por ello este mercado se distingue por gritos y gente tratando de convencerte de que les compres.
Existe en todos y cada uno un aspecto de vida, un ritmo que envuelve al que entra, tan profundo que es difícil notar su influencia. Pero existe un cuarto mercado, mucho más silencioso, uno donde no se escuchan el bullicio de comensales, o los gritos de ofertas o las señales amables de los otros tres, este es el mercado de los extraños; la sección de las tortillas y los puestos fantasma. En el pasillo de las tortillas las caras son alargadas, la gente no te dirige la mirada a no ser que note tus intenciones de comprar, y el único ruido que marca el tiempo es el chillido de las maquinas tortilleras. El ambiente ahí es como los juegos infantiles abandonados, como el solitario vendedor de cuero de la esquina, un tanto lúgubre y tranquilo, como si se pintara una frontera imaginaria entre el marcado pescaditos y esta sección, una de fantasmas que viven incrustados a las paredes del mismo mercado.
Al principio recorríamos el mercado en parejas, esto para poder ir viendo detalles y afinar nuestro “ojo de investigación” para después hacer comentarios rápidos a las afueras de este en un punto acordado por el monitor. Este ejercicio tenía como objetivo eso que fuéramos descubirendo cosas y al final llegáramos a puntos de acuerdo sobre qué es lo que se observaba. Pero lejos de nuestra charla había otros ojos, unos más grandes y con muchos más números, llenos de curiosidad y con mucha experiencia en leer personas. Estos eran los mismos ojos de la comunidad, unos silenciosos que con garrafal interés nos desnudaron con su típica curiosidad, nos reconocieron como extraños, extranjeros en su círculo. Pareciera como si por un instante, nosotros los investigadores nos viésemos reflejados en los ojos de aquellos a quienes supuestamente teníamos que observar.
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