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Los monstruos de cuerpo entero. 1er parte.

  • Foto del escritor: J. L. Benítez
    J. L. Benítez
  • 9 jun 2016
  • 4 Min. de lectura

Hay algo que no cuadra en la historia del Mago de Oz, los personajes, los amigos de Dorothy, la protagonista, la cual busca regresar a su hogar. El problema es que estos acompañantes que nos hacen sentir empatía y cariño, no serían tan bien tratados y ni serían tan simpáticos si existiesen en la vida real.

Imaginemos por un segundo que estos personajes existen, ¿cómo trataríamos a un hombre de lata sin corazón, a un león sin valor y a un espantapájaros sin cerebro? Quizás, alguien se aventurará a decir que si existieran serian bien recibidos y que buscaría ayudarlo. Bueno, existen creaturas análogas a estos protagonistas en nuestro mundo y no son precisamente muy divertidas.

Son en verdad, aberraciones, monstros de cuerpo entero que rondan el espacio cotidiano. Espeluznantes seres, y sus salvajismos no han sido captados por las cámaras de Hollywood, quizás, porque sus perversiones no son tan glamorosas como las garras de un hombre lobo o los retorcidos juegos de fantasmas y demonios, pero, quizás, sea que sus aberraciones son incidentales no intencionadas, aun así, han arruinado muchas más vidas, engañado más y dado más falsas esperanzas que cualquier bruja, vampiro o demonio.

Estas bestias pululan por las calles, son vistos más nunca notados, sin embargo, sus consecuencias se reflejan en las vidas que arruinan. Estos seres son: los médicos sin humanismo, hombres de hojalata que han perdido su corazón; los abogados sin interés filosófico, leones desprovistos de valor; y los psicólogos sin teoría, espantapájaros sin cerebro. Parece absurdo, ¿no? Hablar de estas personas, que, dicho sea de paso, son una aparente mayoría dentro de sus profesiones, como seres desalmados, monstruos, sin embargo, es necesario nombrarlo de esta forma para sacudir la conciencia y voltear a ver los efectos que tiene el ejercicio de estas profesiones cuando se les desprovee de estos elementos.

Debido a la extensión que este tema nos puede llevar lo dividiremos en tres secciones que publicaré de forma separada.

El medico sin humanismo: un hombre de hojalata sin corazón.

Para: mis amigos médicos


Empecemos con la más obvia de todas, el medico sin humanismo, un hombre de hojalata sin corazón. Los médicos son personas, como tales sienten empatía y sufren, sufren junto a sus seres queridos y sufren en soledad. Sin embargo, para poder llamarse “doctor” el practicante de esta profesión debe ponerse la máscara de “doctor” e interpretar el papel de “galeno”, siendo así, el centro de un ritual que muchas veces demanda parecer frio y calmado, como la misma muerte que pretenden evitar le llegue a tus pacientes.

Este papel, el de ser “la diferencia entre la vida y la muerte”, le da al médico un grado casi de mago, como de un chamán capaz, gracias a sus obras, de apaciguar la ira de los ángeles de la muerte. Aunado a eso, la constante presencia de la muerte y los “fracasos típicos de la profesión” llevan a los practicantes de esta profesión, a maquillar sus máscaras con la escharcha de la indiferencia. “Hicimos todo lo que pudimos, pero el caso era muy complicado” “su hijo murió en el quirófano, las cosas se tornaron complicadas”, “le quedan pocos meses de vida”, estas frases son apenas la punta del iceberg con la que muchos “miédicos” tienen que sentenciar a personas, o a veces, a familias enteras en el infierno de la desesperanza.

Una de las grandes advertencias de pensadores como Freud y como Foucault era la objetivación del paciente, que ya no era visto como un ser humano sino como un compendio de órganos disfuncionales. (Foucault,1993) (Freud,2006) El paciente de la cama diez no era Carlos, sino: un caso de varicocele. Existe otro elemento no mencionado por los autores antes expuestos y es que pocos son los médicos que realmente se pueden desprender de la afectividad que mueve el salvar o perder una vida. Por ello, no es de sorprenderse que los practicantes de la medicina a menudo estén relacionados con altas tazas de suicidios, con alcoholismo y tabaquismo y con problemas familiares. “Por ejemplo la Fundación Estadounidense para la Prevención del Suicidio señala que, en ese país, entre 300 y 400 médicos se quitan la vida al año.” (Najar, 2010).

Esa mascara cubierta de hielo tiene consecuencias, contra los pacientes que a veces para mejorar en su tratamiento sólo necesitan saber que desnudan y depositan su salud en manos de un ser humano. Al igual que las personas que más aman, ya que a veces, ni ellos pueden distinguir a la persona atrás del “doctor”.

Para ser justos, este roll no es algo que los estudiantes de medicina hayan elegido voluntariamente, quizás, sabían los riesgos que conlleva el volverse médico, pero es poco probable que todos supiesen lo que este cargo, este papel ritual acarrea en su totalidad.

La trasformación de estas ideaciones atrás del sanador, el devolverle el lado humano a la medicina, no es trabajo únicamente de los practicantes de la misma, sino, de todos los que deseamos ver en el “doctor” a una figura mecánica que debe actuar, solemne e inexpresivo, más como un santo de iglesia que puede interceder con la muerte que como un ser humano.

Quizás así, podemos regresarle al hombre de hojalata su corazón. se podría dar a la medicina otro enfoque, uno que no sólo mejorara la calidad de vida de muchos pacientes, sino que también dejara a los médicos vivir una vida plena y sin las culpas, que a veces, los convierte en esos monstros fríos como el metal. Los cargan su dolor en soledad, y que, al colgar la bata, dejan correr en silencio sus lágrimas.

 
 
 

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