Una metáfora a la sociedad
- J. L. Benítez
- 21 sept 2015
- 2 Min. de lectura

Existe una música que nos envuelve desde nuestro nacimiento, una serie de sonidos sin ritmo ni tonos definidos. Esta música, que no posee forma ni estructura, es orquestada por la condición humana, y sus instrumentos son las cosas que nos rodean, con los cuales va orquestando la partitura de nuestra vida.
Su presencia es casi imperceptible pero sus influencias son evidentes. Al nacer nos introducimos en la orquesta de una sociedad, una orquesta con nombre, reglas e instrumentos definidos. Desde que notas se han a tocar hasta cómo se van a regir en una armonía está determinado antes incluso de nuestra propia existencia.
Nade es ajeno a su tempo, a su ritmo, desde los tonos más escandalosos de las grandes tragedias, hasta los pequeños compases de la vida cotidiana están bajo un ritmo de la era. Las generaciones heredan el tiempo de sus predecesores.
Pareciera entonces que estamos atravesados por una gran estructura que nos determina desde antes, que nuestra función es únicamente la de ejecutar un cierto roll en esta sociedad y no queda nada más por hacer.
Efectivamente y la sociología desde su surgimiento ha sostenido esto, pero existe dentro de este vaivén de ritmos un momento de silencio. Una parte esencial de la música es la ausencia de sonido. En la obra de “la sociedad y la persona” esa minúscula pizca es lo íntimo, aquel silencio del cual no se habla que reside en cada ser humano, su condición de ser está en el ruido que no pronuncia, en la nota que no se toca, en la composición que aún no escribe.
Porque es la música el arte del tiempo y es la cultura la productora de la música de la vida cotidiana pero para que esta continúe en su movimiento necesita de este silencio, ya que le da el espacio para recrear un nuevo movimiento.
Es en los silencios que residen en los individuos donde se pone una pausa al rito de una cultura que se permite un espacio de reflexión y de continuar hacia un cambio de pieza, donde residen los ecos del tiempo y la cultura.
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