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El Espacio más Bonito

  • Foto del escritor: J. L. Benítez
    J. L. Benítez
  • 30 jun 2015
  • 3 Min. de lectura

Gravel Road into the Forest

A modo de compensanción por no subir texto ayer, les comaprto uno que estaba en el cajón, tiene ya un año que lo escribio y espero lo disfruten.

El espacio más bonito

El lugar más bonito es el asiento pegado a la ventana en un microbús; me declaro un fanático de esos lugares, no por sus comodidades ergonómicas (las cuales no existen), sino porque son un refugio de todo lo que puede pasar; son los puntos perfectos para estar resignado. Cuando uno va tarde y va en carro, acelera, se estresa y muchas veces ocasiona un accidente, en cambio el transporte público tiene la cualidad de no dejar oportunidad para esperanzas vanas, lo único que puedes hacer es resignarse y esperar. En este lapso algo especial ocurre:

Uno se vuelve un turista de lo cotidiano y en calidad de turista uno puede reposar y pensar ¡Bendito lugar privilegiado! porque cuando se está atorado en el tráfico sin la necesidad de manejar, uno puede descasar de la inercia que envuelve a la rutina desde el centro mismo de su imparable ritmo.

De vacaciones uno no necesariamente se relaja, no paran las actividades más bien te zambulles en la necesidad de producir descanso pero, cuando tienes la oportunidad de estar en ese asiento, que además, generalmente la gente rechaza por su gemelo malvado, el pegado al pasillo, puedes interactuar con dos realidades.

Es un lugar donde tu mente puede estar lejos, casi como de viaje mientras estás dentro del microbús, con el calor humano que previene el frio de un día lluvioso o de las heladas noches de invierno. Pero es justo en este estar fuera y dentro donde puedes vislumbrar el horizonte, el deseo mismo, donde esas calles que se ven todos los días se transforman en escenarios. Las ventanas y el pensar están ligadas bajo ese transparente vistazo a un horizonte continuo. Un asiento con ventana, es un balcón en movimiento.

Este balcón es también una frontera. el mejor freno para evitarnos la obtención de lo deseado. Es como cuando ves de reojo a esa persona digna de novela de Cortázar, la cual el verla desata la fantasía, creamos toda una historia la vida junto a esa desconocida, como queriendo compensar la mermelada que no comiste en la mañana con una historia cursi. Pero al final; es el cristal, es el microbús y es la sociedad la que no te permite bajarte a confesarle tu instantáneo amor.

Aunque pareciera irónico, esa gran barrera transparente, estratégica, protege a nuestros deseos de nosotros mismos. El poder de nuestros deseos reside en que tan lejos están y hasta donde nos llevan. Como el horizonte, los deseos viven en la distancia, el que esté lejos les permite estar junto al corazón justo en el punto para calentarlo.

Y el calor que mueve al motor del microbús son los destinos; Lo ideal sería jamás llegar a ellos, quedarnos por un tiempo viendo horizontes. Porque cuando llegamos a un destino la magia de la reflexión se corta termina el pensamiento y entramos en esa rutina de prisas donde el tráfico se vuelve otra vez enemigo. Perdemos el oasis que es quedarse varado entre lo cercano y lo lejano. Porque es en ese delgado cristal que encontramos la parte de nuestro ser que disfruta de su vida, del alma capaz de ver todos los bellos detalles escondidos tras la rutina.

J.L. Benítez.

 
 
 

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