El Espectros de la memoria
- Melissa A. Negrete ,Denise Delgado, J.L. Benítez
- 8 jun 2015
- 12 Min. de lectura

Hace 5 años, cuando terminé la maestría en clínica ingenuamente creí que captar cada detalle de las clases me serviría, llegué a pensar que éstas, reflejarían los casos que atendería en mi vida laboral, me sentía capaz de afrontar cualquier reto que se me pusiera enfrente, en aquél ayer, al ser el mejor de mi clase, sentía que no me intimidaba nada.
Pero aquella paciente, no perdón, Lola... se ha vuelto mi más grande reto. La primera vez que cruzó esa puerta era solo una mujer caucásica de 36 años, con familia estable y todo eso que en el historial clínico tenemos que poner. Ahora no sé, al ser mi mayor reto es también en parte, mi fracaso y mi obsesión.
Busqué por todas partes artículos, revistas, libros especializados, incluso en el DSM-IV pero la cuestión era que había tanto del tema y yo tenía que encontrar la forma de adecuarlo a Lola; aun cuando supe desde el final de la entrevista clínica, que toda su sintomatología era digna de un caso “típico” de estrés post-traumático, frases como “¿Alguna vez ha estado ebrio?” tuvieron lugar en la sesión, y debo confesar que este tipo de frases nunca consiguieron conmoverme, lo que afloró de ella durante ese primer encuentro me hizo dudar por primera vez de mí faceta como terapeuta, era la primera vez que tenía la sensación de inquietud al sentir que no sabía lo suficiente. Fue como si diera por hecho, que consultará lo que consultará, nunca tendría suficientes conocimientos para intervenir adecuadamente en este caso; “él estuvo en mí, en mi cuerpo, en mi mente” “me hizo su esclava para hacer conmigo lo que quiso…entró en ése yo, [y me rompió]" rondaba en mi cabeza.
Todavía recuerdo cuando Lola comenzó a relatar tan tormentoso suceso...
- Había una lámpara encima del taburete del lado derecho, es curioso doctor, recuerdo la lámpara tan vivo como si la estuviese viendo en este momento. Era amarilla con una cubierta blanca y unos detalles en dorado y prendía con su peculiar botón que estaba roto. ¿Por qué puedo recordar eso? cada detalle de esa habitación, las sábanas rojas y el moho de la esquina del baño, “¿por qué?” -preguntaba ella; ya que con estrés postraumático tienen un recuerdo hipermnésico, me era difícil no entrar en esa habitación cuando ella lo contaba de esa forma tan vívida, a veces podía verme sentado en el sillón junto a la ventana del cuarto en donde fue violada. Cada que eso ocurría, nacía en mí la noción de que ella estaba perdiéndome, en un abismo del que me estaba siendo imposible salir.
Podía verla, su narración me obligo a entrar en su recuerdo y estar ahí como un cómplice, viendo cada detalle de ese acontecimiento tan deleznable. Supe entonces que este ya no era un caso de los que tantos hay, me estaba volviendo parte de su historia, resulta difícil ayudar a alguien cuando el peso de su dolencia te abruma.
Sé que la ética me dice que debo dejar el caso pasarlo a un colega y deslindarme de ella pero eso sería como dejarla a su suerte, traicionarla, y fallarle como muchos hombres han hecho ya.
Hablando de eso, es común que las personas con estrés postraumático tengan una vigilancia extrema -ella lo estaba casi siempre-, además son muy desconfiadas e incluso desarrollan paranoia, al principio cuando me dieron el caso fue muy difícil que quisiera venir a mi consultorio afortunadamente su familia insistió en que viniera. Ellos han sido de gran ayuda para que pueda cruzar la puerta de mi consultorio.
Hace algún tiempo, recuerdo que era un viernes, de madrugada como las 3:00 am, mi teléfono celular sonó por lo que desperté rápidamente ni siquiera tuve tiempo de ver quién llamaba de lo aturdido que estaba, contesté y solo escuchaba un llanto que parecía no tener un mañana, que mantenía la palabra dolor entre cada línea del lamento, tal llanto cesó como un minuto después y le siguieron las palabras… “él tenía a Isabel recostada en la cama, pasaba sus grandes manos por su barriga de arriba a abajo y de un lado a otro, Isabel reía y gritaba pero yo lo percibía como un llanto, un grito de auxilio, cuando pensaba eso moriría de angustia, veía en el rostro de mi marido aquella sombra del rostro que no he podido recordar, un nudo en mi garganta crecía y en mi cabeza había imágenes de mí, y de ese maldito tocándome asquerosamente. Por un momento me paralice... volví a sentir ese mismo escozor que cuando el desgraciado estaba sobre mí, manoseándome. Luego de aquel recuerdo reaccioné y le arrebaté violentamente a mi esposo a la pequeña Isabel y le grité: - no la toques infeliz, ¡me das asco! ¿No ves que es tan solo una indefensa criatura?
En seguida él reaccionó, me tomo por los hombros y me sacudió fuertemente tratando de hacerme entrar en razón por lo que exclamó: -¡mujer! ¿Qué te ocurre? soy yo, Roberto, tu esposo-. Luego de la sacudida, me sentí extremadamente mareada, entonces, pude ver el rostro de Roberto, mi marido, y comencé a llorar fuertemente, me derrumbé en el piso de rodillas, mire el rostro de Isabel, que me miraba asustada y lo único que hice fue tomarla entre mis brazos. Entre mis sollozos le dije al oído: - "te prometo que nunca nadie te hará daño hija”.
Yo estaba atónito y mi corazón palpitaba tan fuerte que parecía querer salirse de mi pecho… cuando por fin pude volver en mí, trate de contestar sacando ese nudo de mi garganta que por momentos sentía que me asfixiaba, lo único que salió de mi boca fue: -te veo en la sesión del lunes.
Luego de aquella llamada no pude volver a dormir, sentía que todo me daba vueltas y pensaba en lo incompetente que había sido mi respuesta, quizá si me hubiese atrevido a decirle algo que la tranquilizara, cualquier cosa, quizá si mis palabras hubiesen sido de ayuda para ella, probablemente ahora no me sentiría de esta manera. Tras unas largas horas amaneció por fin, sólo pensaba en que el tiempo avanzara para poder volver a verla, pues de pronto la ansiedad que me había invadido, me hacía temer no volver a saber de ella.
Llegó el lunes, la esperaba sentado en mi sillón como siempre, el de mi consultorio, solo escuchaba el tic-tac del reloj que me destrozaba cada vez más los nervios, estaba esperando a Lola, siempre era puntual pero esta vez llegó 30 minutos tarde, cuando al fin estaba perdiendo las esperanzas, finalmente la perilla de la puerta giró, la puerta se abrió y Lola entró atolondrada… - Disculpe doctor es que tuve que llevar a los niños a casa de mis padres, además hay un tráfico infernal al parecer hubo un accidente de camino acá, olvidé las llaves de la casa y tuve que regresar por ellas, al salir de mi casa note que un tipo estaba muy cerca de mí, estaba segura de que me seguía y tomé un camino más largo, yo tenía que protegerme a mí y a los niños no podía permitir que alguien nos hiciera daño, no me lo perdonaría nunca...-. Decía esto, mientras su mirada parecía no tener rumbo, no miraba nada, se le notaba tan distante...
En ése momento, se sentó en el sillón, aunque más bien daba la impresión de que se había derrumbado, parecía que ya no podía más, la notaba cansada, exasperada... pusó sus manos debajo de la coyuntura de sus rodillas y empezó a balancearse y a hiperventilar; me acerqué a ella, toqué su espalda para intentar calmarla y la veía a los ojos indicándole que intentara respirar hondo. Luego de unos 5 minutos logré que se calmara en todo momento, permanecí junto con ella agachado en cuclillas a su lado, una mezcla entre compasión y sentido de protección se apoderó de mí, dolía verla de esa manera, siempre tan miedosa, casi sin poder respirar, en ése instante me pregunté ¿dónde rayos estaba su marido? ¿Por qué la deja tan sola? debe ser un idiota.
Luego de tranquilizarnos yo me regrese en mi sillón mientras ella permanecía en la silla tan confortable y cómoda. Al estar frente a frente, le pregunté: ¿Cómo te sientes? Ella suspiró, sus cejas se alzaron y su boca hizo una mueca, hizo un silencio no tan largo pero tampoco tan corto y solo dijo: “Estoy cansada de vivir así, no puedo sentirme completa, estoy tan molesta, odio mi vida y a veces quisiera buscar y matar a esa escoria”. Cuando Lola hablaba su ceño se fruncía y apretaba los puños con mucha fuerza.
Es gracioso todo lo que puede salir de esa obligada pregunta que los terapeutas hacemos a nuestros pacientes, era evidente que ella no se encontraba bien, pero ahí estaba yo, tratando de llegar a ella, con cuestionamientos absurdos, lejos de todo lo que fui alguna vez, sin saber cómo llevar este caso, exasperado por querer sacar a mi paciente de esto y sin poder hacerlo... No puedo más, tengo que reconocer que me he estado moviendo por deseos; ella expresaba furia y mientras sus músculos se tensaban, su respiración se agitaba y su piel se erizaba, ella cuenta su sentimiento, su emoción. Justo ahora lo que me llama la atención es su forma de sacar la ira porque mientras cierra el puño y deja que sus uñas se encajen en sus palmas noto algo extraño, es como si sus pupilas se dilataran cada vez que me mirara...
Existen cosas que aun no entiendo de este caso, y en parte me queda la gran duda de que hacer, pues cada vez que ella entra por mi consultorio puedo evitar plantearme ¿Qué siento yo cada vez que esa ella entra por la puerta de mi consultorio? la respuesta creo que es curiosidad, si bien presenta alrededor de un 80% de los signos de estrés postraumático, puntos necesarios en todos los criterios para un diagnóstico confiable pero ¿por qué me fascina su historia? ¿Qué hay detrás de ella? por ahora lo único que puedo hacer es seguir atendiéndola y desear contestar estas dudas mientras la ayudo a progresar, aunque a ciencia cierta no sé qué vaya a salir de esta situación.
Corría la sesión cuatro, ella se notaba cada vez más ansiosa y triste, recuerdo a la perfección la historia con la que abrió la sesión: "Ayer mi esposo, los niños y yo fuimos a comer a casa de mis padres, todo marchaba muy bien, Isabel y José corrían por el jardín y yo tras de ellos jugaba y reía, me habría encantado quedarme así por siempre, mientras Roberto y mis padres estaban sentados en el comedor del jardín. Rato después mi madre me dijo: - Lolita, comenzaré a servir el café para comer el pastel; yo empecé a sudar y un escalofrío me recorrió el cuerpo, enseguida mi madre comenzó a servir el café y el olor de este comenzó a expandirse y poco a poco a penetrar mi nariz, y fue ahí cuando comencé a sentirme tan incómoda y tenía breves recuerdos, de una camisa con una mancha de café que encontré luego del terrible suceso. Entonces jalé el mantel de la mesa con tanta rabia por no poder desaparecer aquellos recuerdos, todos los platos y tazas cayeron al piso y un estruendoso ruido por la caída estremeció a mi familia, no pude soportar que sus caras mostraran tanta desaprobación, algunas solo perplejidad como la de mi madre y los niños, ¿cómo habían podido solo juzgarme tan duramente? ¡No puedo simplemente olvidar lo que paso doctor!"
Llegué a la determinación de que ella se ha desvinculado de su estructura familiar, es terrible sobre todo porque su lucha siempre será contra un fantasma, algo que no está ahí pero que su presencia va dejando su helada huella en su andar. Eso creo que es lo que más se acerca al entendimiento de su padecer; un fantasma que desde el momento de su violación hasta hoy se quedó dentro de ella. El mayor mal que el violador pudo hacer contra Lola no fue sólo lo que pasó esa noche sino que él en forma de un espectro seguía atormentándola todas las noches provocándole pesadillas, a veces en las calles cuando pasa por cafeterías y percibe el aroma, va con ella a todas partes.
Ahora entiendo a qué se refiere la hipervigilancia, es como tener una mirada que ve en todo un riesgo, es la mirada justamente de un supersticioso que ve en cada acto a los temidos demonios de los que los curas advierten en sus parroquias, pero el demonio que la persigue a ella es muy humano tan humano que tuvo el descaro de drogarla y dejarla botada en un cuarto después de usarla como si hubiese tratado solo de una muñeca.
Hubo un día en el que me sentí rendido ante tanto esfuerzo terapéutico, además de que ocurría en la punta de mi nariz y ni siquiera me había percatado. Llevábamos siete sesiones de terapia pero en la octava Lola no apareció así que decidí llamarla pero no obtuve respuesta, ya preocupado me dirigí hacia su casa. Lo hice porque Lola era un riesgo para ella misma en las condiciones que se encontraba; llegué a su casa, toqué la puerta y esperé, en mi vida había sentido que el tiempo pasara tan lento, fue la espera más larga que tuve, por fin abrió un hombre como de 1.80 m, cabello negro, piel blanca y una prominente barba, él era Roberto, su esposo. Me miró a los ojos y me preguntó -¿en qué puedo ayudarle?- me presenté y de inmediato pregunté por Lola, de pronto él me miró, su expresión cambió totalmente y de pronto una lágrima rodó en su mejilla y solo dijo con cierto tartamudeo -ella… ella, está en el hospital por una intoxicación de alcohol-. En ese instante sentí que mi mundo se desmoronaba porque parecía que mi esfuerzo profesional de nada servía.
Todo era obvio, Lola solo intentaba huir de sus pensamientos y presa de ellos, el alcohol era su única salida. He de confesar que fui a visitarla al hospital, solo que ella nunca lo supo. Días después de haber sido dada de alta, Lola llamo a mi secretaria para programar una cita, lo cual me llenó de entusiasmo, pues eso me hacía entender que ella confiaba en mí.
Pero y si… ese pensamiento otra vez es como si los fantasmas de la mente ahora me atacaran creo que necesito algo de aire. Ella va a llegar y mi corazón se acelera, faltan 20 minutos para que venga, no se esto es extraño... Al fin llega, puedo alcanzar a escuchar como saluda cordialmente a mi secretaria, trato de acomodarme en mi sillón y guardar el decoro.
Toca la puerta - “pase” digo, con el corazón a punto de salirse del pecho. Me levanto para abrir la puerta y recibirla, entonces entra; veo su rostro, aquel movimiento grácil y veo que su mirada se ha encontrado con la mía, el dibujo de una sonrisa, picaresca casi como el boceto de la alegría. Su rostro pareció iluminarse y al final con ese único gesto me bastó, caigo rendido al final, ella la paciente que llegó aquí con estrés postraumático, ésa víctima de violación, ahora se ha adueñado de mí, y entonces es cuando siento algo que solo puedo decir con algo de vergüenza; odio a su violador pero también lo envidio.
Ha pasado tiempo desde que re instauramos la terapia. Mientras hablamos, trato de imaginarme como me percibe desde donde está sentada. No puedo evitar no dejarme sorprender por ella, es realmente digna de admirar, la fortaleza y recuperación que ha demostrado. Generalmente se nota desde que abre la puerta, desde que nuestras miradas se cruzan y nos saludamos con gusto, aunque de un tiempo para acá, me cuesta trabajo mantener la conversación, últimamente me distraigo con facilidad. Cuando esto sucede, ella ríe, aun cuando el dolor no se ha ido totalmente, la terapia es amena, noto que se siente cada vez más cómoda aquí, resguardada por las cuatro grandes paredes de mi consultorio, me agrada verla tan reconfortada. Como terapeuta me siento mucho más tranquilo, sin embargo, cuando mi faceta de hombre llega a emerger en plena sesión (esto me sucede cuando la veo reír) me da rabia pensar en el individuo que le arrebató la sonrisa, una idea descabellada recorre mi cerebro, a mí también me gustaría matarlo... No, no... Ahora estoy empezando a desvariar; después de estas semanas y del incidente con su familia y el alcohol hemos tenido un progreso significativo, las técnicas de relajación y biofeedback han funcionado, debo concentrarme en ello.
- Lo he pensado mucho y llegué a una determinación, no puedo seguir siendo tu terapeuta Lola.- digo con la poca cordura y ética que se es capaz de reunir, entonces su rostro se transforma, como si hubiese borrado su sonrisa, pero algo extraño pasa, una mirada diferente aparece, una que me recuerda a la de los animales en caza y con una mueca se comienza a reír ligeramente con un tono de burla, se dio cuenta sabe lo que siento, se está levantando del sillón, rodea el escritorio para aproximarse... No puedo creer que esto esté sucediendo... antes de que pueda recobrar la cordura por el impacto siento algo húmedo en mis labios, es su boca que va tronando en fuego toda mi alma, es su beso el que roba todo mi ser lo toma y lo mangonea.
Son las cinco de la tarde, es la hora en la que veré a Lolita, hoy le hemos pedido a su marido que venga para realizar una sesión de integración para que él sea partícipe de la terapia, lo decidimos así, aun cuando sabemos que es la excusa más barata que pudimos inventar, para darnos cuenta de algo que ella y yo ya sabemos y es que su marido ya no está en su corazón porque ella ya sólo me ama a mí; la paciente murió, fue abatida por la locura, la mujer con la que comparto mi aventura es otra, no la frágil muñequita que dejaron en aquel cuarto de hotel.
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