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Crónica de una clase

  • Foto del escritor: J. L. Benítez
    J. L. Benítez
  • 25 may 2015
  • 3 Min. de lectura

Senior Citizen

Buenos días profesor:

¿Qué tal durmió? Supongo que bastante bien puesto que su maduro muestra las marcas de un buen sueño eso es bueno, ya que hoy le espera un día pesado. Por cierto. ¿Ya está preparado? ¿Ya alisto su clase; el tema, ya planeo como es su costumbre los textos, les dio su relectura el orden de la ponencia? ¡ah! Y no olvidemos las posibles preguntas, eso sí es lo difícil, ¿con que cosas saldrán sus alumnos? Puede que lo sorprendan hoy sus mentes voraces.

Pero bueno, supongo que ahora no es el momento para pensar en eso. Lo dejo que afine en su mente las dinámicas y las oraciones, puesto que sé que aquella reflexión que llega cuando hierve el agua de su café y tuesta el pan generalmente es muy importante.

¡Vaya! Usted ya es otro, ha asumido aquel roll de maestro; las marcas de la madrugada se han esfumando, con esa camisa y sus pantalones, el portafolios y ese distinguido caminar. Se ve que su porte va dejando sus frutos, al verlo caminar las personas lo saludan con un cierto respeto se siente bien ¿no? Haber conseguido el aprecio y admiración de varias personas que lo saludan con una gentil sonrisa.

Ha llegado la hora después de algunos encuentros en el pasillo de la escuela y un pequeño tramite entra al fin a su salón, ese lugar donde tiene que dar clase, inmediatamente una turba de jóvenes que estaba esparcidos cerca de la puerta del aula entran tras usted; toman asiento en los pupitres que apuntan a la tarima en donde usted se pone de pie para recitar su ponencia, ¿en ese momento no se siente un poco como una obra de Wagner? Siguen entrando algunos alumnos, como la lluvia entran en chubasco para al final ser unas pocas gotas de retardados. “¿con que duda saldrán hoy, que me dirán hoy?” piensa usted mientras se aproxima a la silla y el escritorio en una esquina de aquel cuarto.

Las clases muchas veces tienen una forma líquida, así le gusta imaginárselo , porque todo comienza con la calma de algunos que dan ruidos ligeros luego usted, va haciendo que el agua de sus palabras vayan subiendo como las olas del mar , primero con un ligero murmullo que acalla las distracciones, que da ritmo a la noche y a las playas; se acrecienta, como las olas grandes pausas para arremeter contra las mentes de los escuchas, uno y otra vez el ruido de su voz suena por el salón como si toda la profundidad del aseado se contuviese en un oleaje de palabras.

El tiempo pasa y su clase se va tornando en muchas direcciones como la fuerza de los huracanes que giran con sus corrientes y se impactan en las cosas pero luego sus palabras chocan contra algo sólido, contra una voluntad, contra el duro del silencio. Ha terminado la hora, entonces todo se desploma, se encuentra solo y desnudo ante ese frio momento y de sus labios surge el intento despertado de evitar al negro fantasma del sin sonido:” ¿tienen preguntas?” -dice usted- nada, nadie se anima a levantar la mando en señal de duda, esos estudiantes que tiene frente usted desnudan su verdadero rostro, es un vacío sin expresión como si todos viesen al infinito. ¿Para eso no estaba preparado verdad? Siente esa angustia de saberse solo, y en su desesperación, busca alguien entre todos esos, a alguien que rompa con el denso silencio, que levante la cortina de lo incómodo.

Al final encuentra un rostro ligeramente conocido pero ya no es el rostro de un otro, en los ojos de ese estudiante se ve reflejado usted mismo: solo, desnudo, y con una tenue voz le pregunta a su reflejo con una casi suplica para vencer el silencio: “por favor, pregúntame…”

J.L. Benitez.

 
 
 

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